Crónica aparecida en el diario El País el 16 de abril de 2.006, en Badalona, por Javier Pérez Andújar.


Hemos llegado al badalonés barrio de La Salut en el Mercedes de Manolo Escobar. Conduce su sobrino Gabriel y el cantante va a su lado; quiere apagar el autorradio, pero no hay manera. Le da vueltas a un botón que parece que gira, aunque la radio sigue oyéndose igual. Entonces le ayuda Gabriel y tampoco hay forma de apagar o de bajarle el volumen al aparato. Desde el asiento de atrás Ana Marx, la mujer del artista, les dice que lo que tienen que hacer es girar el botón que ambos están queriendo manipular. A Ana Marx, el fotógrafo Jordi Barreras y este cronista la hemos desplazado hasta un extremo del asiento, y así nos apretamos los tres como se aprieta una familia cuando se va de excursión un domingo y, ya digo, hemos llegado a La Salut en el Mercedes de Manolo Escobar de una manera que, contra lo presumible, ha resultado ser modesta.

Manolo Escobar tiene 74 años y lleva esta tarde un jersey de color zanahoria, y canta desde antiguo que es hombre de campo; pero al verle pasear por este barrio se descubre que más bien es un hombre que ha tenido que dejar el campo y ganarse la vida bien lejos de su tierra. El barrio de La Salut es un lugar de emigrantes que en la década de 1960 se llamó popularmente el barrio de las puñalás. En el barrio de La Salut hay un paseo principal que la gente conocía como paseo de los plátanos, por sus árboles, pero que se llamaba paseo de Cristo Rey, y que ahora recibe el nombre de paseo de La Salut. Ahí vivió Manolo Escobar y ahí se hizo cantante con sus hermanos, y en el sitio donde un día se encontraba su casa se detiene ahora para hacerse una fotografía. A Manolo Escobar los vecinos le reconocen en un plis-plas y empiezan a rodearle y a gritarle "¡Manolo! ¿Verdad que te acuerdas de tu barrio?". Dos hombres de pelo cano que andan con las manos en los bolsillos le contemplan sonrientes.

Antes de ser el cantante anciano y millonario que vive en Benidorm, y que se codea con Luis Gordillo porque se ha convertido en uno de los más notables coleccionistas españoles de arte contemporáneo, Manolo Escobar fue aprendiz de metalúrgico, y también aprendiz de ebanistería, y asimismo hizo de peón albañil y a propósito de esto cuenta que subía y bajaba por la calle de Balmes con una carretilla cargada de yeso, y más tarde pudo colocarse como auxiliar de Correos. A Barcelona, Manolo Escobar llegó desde El Ejido con 14 años, acompañado de dos de sus nueve hermanos tras un viaje en tren que duró tres días. "Luego llegó el resto de la familia, que vino en barco, y que se traía la cabra. Dormíamos en un piso de tres habitaciones mis padres, los 10 hermanos, dos de ellos casados, unos amigos y la cabra". "¡Échame una firma, que soy del barrio!", le pide una muchacha y le tiende una factura de La Caixa para que se la autografíe. Le retrata con su teléfono móvil un chaval con gafas de sol, que lleva en la mano las llaves del coche. Una señora mayor dobla un papel con un autógrafo dedicado: "¡Me ha firmado aquí! ¡Se lo daré a mi nieto!", le explica a su comadre. Y una mujer madura con mechas y chaquetilla rosa, de rostro gastado y sonrisa mellada, y de esta manera es bella, le fotografía temblando de emoción: "Una foto para mi padre". De una perfumería salen cuatro dependientas con sus batas y con sus móviles abiertos para retratar a Manolo Escobar. Dos amigas con piercings y con sendos cigarrillos entre los dedos se ponen a cantar Mi carro provocadoras.

En la plaza de una iglesia cercana, cuenta Ana Marx que la atracaron una vez. "Y el ladrón era un chico muy majo, simpatiquísimo", detalla. Ana Marx Schiffer es una mujer de Colonia que no tiene nada que ver con Carlos Marx ni con Claudia Schiffer. Ana llegó a España fumando y con pantalones y se casó con un hombre que no quería que las mujeres fuesen a los toros en minifalda. Un grupo de magrebíes observa indiferente el arremolinarse del gentío. Probablemente tampoco a ellos les haga mucha gracia que sus novias vayan por el mundo en minifalda. "Escobar, éstos también son emigrantes como usted", le he soplado; pero Manolo Escobar no está de ningún modo de acuerdo. De pronto una anciana le ha agarrado del brazo y con toda la dulzura de sus arrugas de mujer campesina le ha susurrado: "Manolo, a mí no me conoces...". Y Manolo Escobar se ha quedado mirándola grave y ha exclamado: "¡Qué barbaridad!".

Estos días Escobar repasa su carrera en el teatro Condal, en un montaje escrito por Marc Rosich y dirigido por Xavier Albertí. El público, que ha llegado de los barrios y de las afueras de Barcelona arreglado con el traje de ir al teatro, que es el traje que se tiene de ir a los sitios, se disloca aplaudiendo El porompompero y cantando Mi carro, por supuesto, y si Escobar pronuncia la palabra pasodoble retumban de nuevo los aplausos, y la gente también se desgañita gritándole "¡Visca el Barça, Manolo!". Pero en el momento en que Manolo Escobar canta Y viva España, a la concurrencia le da un poco de apuro corear ese estribillo y ya no le sigue. A Manolo Escobar, cuando se le pregunta a solas si le hubiese gustado ser cantaor de flamenco, se le pone el gesto muy melancólico y asiente, como lo haría este cronista si alguien le preguntase si le hubiera gustado ser poeta.

 

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